jueves, 24 de mayo de 2012

Historia del corazón.


Vamos a retomar las cosas este blog y yo de la mejor manera posible, ¿verdad? Y como después de tanto tiempo estas cosas cuestan más que nunca, voy a recoger palabras que no son mías sino de esos seres extraños que se dicen poetas. A mí  me rescata de vez en cuando del anonimato en el que parece que nos encontramos y me descubre ese rostro brillante del 'ser en', de un "la gente" que somos nosotros. Tú y yo.

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,

y le he visto bajar por unas escaleras

y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.






Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Vicente Aleixandre. En la plaza, de Historia del corazón.

miércoles, 23 de mayo de 2012

¿Desde marzo no publico? Caballeros y señoritas, ¡cómo me arrastra el tiempo!



Próximamente, en vídeo y DVD.

lunes, 19 de marzo de 2012

Porque me amas.

Ciego estoy en un túnel... Entre los contratiempos que me arrastran soy de repente consciente de la negación con la que rechazo la auténtica vida. Por eso ayer buscaba que alguna lágrima alimentara mi cara reseca y se compadeciera de mi pobreza y mi necedad.  ¿Qué pasa? ¿Has dejado de confiar? ...también ciego estás tú. 
Te das cuenta que detrás de tu pretendida altivez y seguridad, tus alas intentan resquebrajar el muro con que las encierras. Lo siento, me caigo. No sé decir sí, no soy capaz de cambiar. Encuentro argumentos o me doy excusas, me dejo arrastrar, me revuelvo, me miento. Me alejo de la luz. No tengo la respuesta. ¿Sin ti? En el desierto de mi vida, háblame. No, entonces nada puedo. Pero descubrirme así es otro aspecto que me lleva a recomenzar, siempre. Como cristiana, mi vocación es de perdonada, leí hace poco. Por eso, sentirse criatura es la ocasión de decir de nuevo: Hinneni. 



Se hace entonces gozo el descubrir que a pesar de todo -más especialmente en los rumbos perdidos, en las respuestas equivocadas, en la oscuridad escogida- Él permanece fiel. Compartiendo tu vida, dándose como lo ha hecho siempre y llamándote en esos silencios llenos y diciéndote que es por ti, solo por ti.

Y literalmente. La primavera se muere de nuevo, y nace otra vez. Yo andaba perdido y tú viniste por mí. La primavera puede nacer...

domingo, 4 de marzo de 2012

La vida es verde.

Ya lo sabía, lo descubrí el otro día al fotografiar las pinzas de la ropa: la vida es verde.

Es verde como el cielo, como las nubes verdes, como los secretos.


 Es verde como los versos y los besos, como las integrales y la lluvia. Quien me quiera llevar la contraria que se mire al espejo. En el fondo de sus pupilas descubrirá la chispa verde que le mantiene con vida.

sábado, 25 de febrero de 2012

En OFF

Leía hace dos semanas Las confesiones -lo que se merece otra entrada más decente- y supe que se iba a convertir en uno de mis libros favoritos, simplemente por los palos que el obispo de Hipona me estaba dando.

"Alma llena de torpezas, que se soltaba de tu firme apoyo rumbo al exterminio, sin otra finalidad en la ignominia que la ignominia misma."

Soy consciente de lo que hago, me dije, lanzando contra mi vida las palabras de Agustín. Me sonreí, comprendiendo muy bien que elegiría lo que sabía que no debía hacer, a pesar de todo.

Fue en ese momento cuando coloqué el botón de la responsabilidad en OFF, para incomodidad de todos los intelectualistas morales.

Justificada por el mundo -siempre que se trata de equivocarse las multitudes aplauden- y con escusas para mí misma, "detestable era pero la amé; amé mi perdición, amé mi defecto."


Un sábado como hoy, recojo los pedazos. Busco el pegamento para recomponer trozos de barca y sacar a flote lo que lancé por la borda.
Se me da demasiado bien como para haber escarmentado, con lo que me gusta aprender de mis errores.

lunes, 6 de febrero de 2012

Sonia Sol (I)


Había nacido en la tierra donde las palabras se escondían enterrándose en la arena y solo se bebía cerveza los martes muy tarde. Últimamente, sin embargo, gastaba su vida en cabalgar desbocada sobre montañas descalzas que le salían al paso. Limitábase a esconderse tras la belleza de los charcos, dispuesta a sumergirse desnuda en los valles de luz y viento fuerte.
Pero otro día le conoció. Él se esforzaba en trepar hasta el cadalso, rasgándose las manos y lanzando besos a las nubes que, coquetas, se habían arreglado para su despedida. Tras un instante de anhelo y admiración, ella supo reconocer la canción que gemía él, acompasado por el murmullo de las bandadas. Un deje desesperado, un grito encerrado entre piedras duras. <<¡Baja a la Plaza, Segismundo!>> gritaba ella. <<¡Baja y fúndete!>>.

miércoles, 25 de enero de 2012

Dos.

"Se puede conceder a los matemáticos que cuatro es dos veces dos. Pero dos no es dos veces uno; dos es dos mil veces uno."


G.K. Chesterton, El hombre que fue Jueves.